Prólogo || Capítulo 1 || Capítulo 2

  Capítulo 3 || Capítulo 4 || Capítulo 5  

Capítulo 6 || Capítulo 7 || Capítulo 8

Capítulo 9 || Capítulo 10 || Capítulo 11

Capítulo 12 || Capítulo 13

 

Capítulo Ocho

Encuentros (II)

***

Un extraño aparece en los sueños de Usagi.

***

El piso es frío, está hecho de mármol blanco que le hiela los pies. Usagi mira alrededor y sólo ve humo; nada sólido que le permita obtener una referencia de su ubicación. La joven intenta recordar cómo fue que llegó a este lugar; pero no lo consigue. Lo único que sabe es que se había quedado a dormir con Mamoru, de hecho, aún llevaba puesta una pijama de él, y justo después de quedarse dormida; se había despertado rodeada de humo. Había andado ya varios pasos, pero no lograba encontrar nada familiar.

Caminando a tientas por lo que pareció una eternidad, Usagi finalmente sintió que sus pies topaban con algo. Luego de inclinarse para mirar, se encontró con una serie de escalones, los que decidió subir; a fin de cuentas, la niebla no parecía elevarse más de un par de metros y si subía a un lugar alto, podría ubicarse mejor. Así, la joven Tsukino comenzó a subir. La escalera parecía no tener fin y Usagi perdió la noción del tiempo. Cuando miró atrás, se encontró con que ya había subido mucho y podía ver en dónde había estado. La niebla en la que estuvo perdida antes, cubría una amplia zona alrededor de la escalera que ahora subía; más allá de la niebla, Usagi notó que el terreno era rocoso y lleno de enormes agujeros, cráteres como hubiera dicho Ami. La mirada de Usagi se alejó del suelo y se elevó, el cielo era negro y eso la asombró, pues la luz no le hacía falta ya que podía ver con claridad, lo que indicaba que no era de noche. La joven buscó en el firmamento y pronto dio con el sol, aunque su luz se dejaba brillar más fuerte de lo normal. Desviando su mirada de la estrella; Usagi encontró una esfera azul, que conocía bien; era la Tierra. Usagi parpadeó, ella vivía en la Tierra, ¿pero entonces porqué? Arrancando su mirada del firmamento, Usagi se obligó a seguir subiendo la escalera.

En poco tiempo, la joven alcanzó la cúspide de lo que ahora sabía era un torre. Frente a ella se abría una plaza tapizada del mismo mármol frío; al fondo, se alzaba una gran puerta. Usagi caminó hasta la puerta y apoyando sus manos en la cerradura, empujó con todas sus fuerzas. Finalmente, la puerta se abrió al tercer intento. La habitación que se extendía detrás de las puertas era redonda y no estaba amueblada o decorada, sólo en el centro podía ver un pedestal en el cual un pequeño domo de cristal protegía algo que brillaba con destellos plateados. Llevando sus manos hasta su pecho, Usagi notó que la tela sobre su piel era diferente. Usagi se miró y su asombro se multiplicó por cien; ahora llevaba un vestido que reconocía bastante bien, era el vestido que usó durante el milenio de plata, antes que comenzara la guerra contra la Tierra y Beryl destruyera el reino de su madre, “....Esto es definitivamente un sueño.” Murmuró Usagi para sí. Dando un paso titubeante y luego otro, la joven comenzó a avanzar hacia el pedestal.

Al llegar al pedestal, Usagi miró lo que había dentro del domo de cristal, pero no podía decir qué era, el brillo del objeto impedía que pudiera siquiera hacerse una idea aproximada de su forma. Determinada a ver su contenido, la joven tomó el domo y trató de levantarlo, pero no pudo moverlo. Una inspección más cercana le reveló que el cristal estaba unido a la roca y que al parecer, era necesario un broche o algo similar que funcionaría como la llave para abrir el pedestal. “Debes saber que no cualquiera puede tomar lo que está escondido en esta habitación.” Dijo una voz detrás de Usagi. Era una voz profunda pero gentil, que resonó en el salón. En ese momento, Usagi sintió que un par de fuertes manos se posaban en sus hombros, el dueño de la voz estaba detrás de ella, “Para abrir el domo de cristal necesitarás la llave de plata.”

“Quién eres tú?”  Preguntó ella, girando sobre sí misma para mirar de frente al desconocido. Usagi se encontró con un hombre alto y de rasgos suaves y amables; su cabello era dorado como el sol, pero varias líneas de canas mostraban que la juventud de este hombre había pasado tal vez una eternidad atrás, aunque extrañamente, no parecía viejo. Su ropaje era rojo y blanco, una capa azul descendía de sus hombros hasta sus tobillos. Una modesta corona sin ningún ornamento refulgía en la frente del personaje.

“Usa la llave de plata, es la única manera de abrir el pedestal. Por cierto, mis guardianes ya están buscando a los tuyos, quizás ya se han encontrado... pero los míos no te ayudarán si no tienes lo que está en esta habitación.” Explicó el desconocido mientras se separaba de Usagi y caminaba hasta la puerta en donde comenzó a desaparecer. Pero antes de desvanecerse por completo, la figura habló de nuevo, “Eres tan hermosa como tu madre. Desearía poder haberte visto crecer.” Al terminar de hablar, la figura desapareció por completo.

“¡Espera, no te vayas...!”

“...¿Papá?” Usagi abrió los ojos y lo primero que vio fue a Mamoru, que la miraba con preocupación.

“Qué sucede Usagi? ¿estás bien?” Le preguntó.

“Creo que sí; yo...soñé algo...” Respondió ella.

“¿Fue importante? Mencionaste a tu padre antes de despertar.”

Usagi estuvo a punto de decirle a Mamoru lo que había visto durante su sueño, pero algo la detuvo, “No lo sé, soñé que mi papá se enfadaba conmigo porque reprobaba un examen de historia.” Dijo ella intentando sonreír y haciendo una nota mental de preguntarle a Luna acerca de la llave de plata, “Supongo que eso significa que debo estudiar más cuando se acaben las vacaciones, ¿Me ayudarías tú Mamoru?”

El Joven Chiba no estaba seguro de que su novia le estuviera diciendo la verdad, pero le tenía confianza a Usagi, así que decidió que la ligera sospecha de que ella le mentía era sólo su imaginación, “Claro linda, te ayudaré a estudiar siempre que lo necesites.”

Desafortunadamente para Usagi, cuando regresó a su casa, se encontró a su madre que decidió salir a realizar un día de compras con ella y la joven tuvo que posponer su intención de hablar con Luna sobre la llame de plata hasta el día siguiente.

***

La cita de Makoto.

***

Makoto se miró en el espejo y no pudo evitar sonreír al mirarse. Tenía que admitir que se veía bien, y esperaba que Carlos pensara lo mismo. Makoto le echó una mirada a su reloj y descubrió algo terrible,“¡Voy quince minutos tarde! ¡Carlos de seguro ya se cansó de esperarme!” Exclamó al tiempo que se levantaba y lo más rápido que pudo, la joven Kino salió corriendo de su departamento. El lugar en el que acordó encontrarse con Carlos le quedaba a diez minutos de distancia, y para cuando Makoto llegó, se encontró con que él ya estaba allí, recargado en la pared, mirando pasar a la gente. Cuando él la vio, Makoto sonrió al notar que el muchacho se sonrojaba y parecía quedarse sin aliento.

“Hola Carlos, ¿tienes mucho esperando?” Preguntó Makoto con timidez.

“No, no mucho; de hecho, yo también acabo de llegar.” Contestó él mientras la miraba, “Te ves magnífica Makoto.” Y era cierto;  Makoto llevaba un vestido color verde que le llegaba a las rodillas, zapatillas blancas y una camisola café que la protegía del frío; pero lo que a Carlos le impactó más fue el cambio en el peinado de ella. No era muy drástico, simplemente Makoto decidió atarse el cabello a la altura de la nuca, pero el efecto realzaba la belleza de su rostro.

“Gracias Carlos, pero no deberías exagerar.”

“No lo hago Makoto.” Contestó él; durante un momento, Carlos dudó en decir algo más, y al final, armándose de valor, lo dijo, “La verdad es que si pudiera verte todos los días por el resto de mi vida Makoto, siempre recordaría este momento.”

“Carlos...” A Makoto nunca le habían dicho algo así, y de momento no sabía cómo reaccionar.

“¿Nos vamos?” Dijo él extendiéndole su brazo, “Tengo pensado llevarte a un lugar que probablemente te agrade.”

“Bien, veamos entonces que lugar elegiste.” Dijo Makoto y se tomó del brazo de su acompañante; que la guió por las escaleras hasta la estación del metro.

“Exposición anual de Ikebana estudiantil.” Leyó Makoto cuando Carlos le apuntó el lugar a donde se dirigían: el salón Korauken. El edificio Korauken era un lugar enorme; tenía una gran variedad de salones y prácticamente se podía encontrar casi de todo allí. Era un lugar famoso por sus enormes baños públicos y por supuesto, por las peleas de box que frecuentemente se celebraban allí. Pero en este momento el lugar era sede de una de las exposiciones de Ikebana más importantes del año, aquella que organizaban los clubes del arte floral de todas las escuelas preparatorias del estado. Makoto le dio un apretón a la mano de Carlos cuando entraron al salón donde se realizaba la exposición, “Te luciste Carlos.” Murmuró ella, “Tenía muchas ganas de venir aquí.”

“Me alegro que estés contenta; tenía miedo de que no te agradara la idea; digo, no es el centro de Ikebana que mencionaste, pero pensé que aquí encontraríamos más cosas.”

“Pues tomaste una buena decisión. ¡Ven, vamos a ver cuál escuela tiene el mejor arreglo!”

Carlos se sentía feliz de ver a Makoto contenta y escucharla explicarle todos los estilos distintos de Ikebana. Le parecía de lo más interesante. El joven sólo sabía que el Ikebana era una disciplina en la que se hacían arreglos con flores, pero no imaginaba que tuviera siglos de historia ni que pudieran usarse en los arreglos materiales como ramas de cereal, hojas sintéticas, ramas de árboles, frutas, semillas y un largo etcétera.

“Mira, este es un arreglo que sigue el estilo de la escuela Ikebana; la primera que existió y de la cual se originaron todas.” Explicó Makoto deteniéndose frente a un local y señalando un arreglo hecho con tres rosas, una sola rama de pino y varias hojas de laurel, todo contenido en un pequeño jarrón. “Es un estilo muy tradicional y muchos piensan que es muy simple, pero no por eso es fácil de lograr un buen arreglo siguiendo las normas de esta escuela.”

“Se ve complicado.” Comentó Carlos.

“No lo es.” Dijo Makoto mientras se dirigía a otro local, “En la actualidad existen bastantes escuelas que permiten muchos estilos distintos, así que siempre hay alguno que se adapte a ti.”

Carlos asintió y comenzó a mirar los arreglos del nuevo local al que Makoto lo había llevado, la mayoría, por no decir todos, eran muy distintos a los que había visto y presentaban combinaciones de flores, hojas y ramas de lo más extravagantes  “¿Qué estilo es este?”

“Estos son arreglos que siguen las normas de la escuela Sogetsu.” Dijo Makoto, “Según esta escuela, la persona tiene una total libertad para realizar su arreglo, incluso mezclar todo tipo de materiales y envases. Personalmente no me agrada mucho, aunque algunos arreglos son buenos, prefiero los de estilo clásico.”

“Se ve que sabes mucho de esto.” Comentó Carlos, “¿Estás en un club de Ikebana en la escuela?”

“No, estoy en el club de jardinería, pero si sé sobre esto, es porque nuestro club les proporciona las flores a los miembros del club de arte floral de la escuela.” Explicó Makoto, caminando al local de una de las escuelas más grandes del estado, “¡Mira este arreglo!” Exclamó, “¿No te parece increíble cómo usaron las flores?”

El arreglo en cuestión era una combinación de cuatro tipos de flores: Lirios, azucenas, rosas y claveles. Las flores estaban dispuestas en un patrón geométrico sobre una base cuadrada y eran acompañados por hojas y ramitas que Carlos no pudo identificar, pero era bastante agradable de mirar, “Qué tipo de arreglo es éste?”

“¡Es un arreglo de estilo Moribana!” Contestó Makoto, “Es un estilo más moderno, pero no tan descuidado como el Sogetsu. Éste es mi estilo de Ikebana favorito.”

“¿Y por qué?”

“Porque permite usar varios tipos de flores al mismo tiempo de manera que parece que estás haciendo muchos arreglos en uno solo.”

“Sabes Makoto...con todo lo que sabes de esto, deberías intentarlo algún día. Tal vez llegues a ser una famosa artista de Ikebana.” Dijo Carlos al tiempo que seguía a Makoto por los últimos locales de la exposición.

“No creo que sea buena idea.” Contestó ella, “Prefiero tener una florería y venderle material a gente con talento para esto.”

“Pero, ¿al menos has intentado hacer un arreglo alguna vez?” Preguntó Carlos.

“No, seguramente no me quedaría bien.” Dijo Makoto en voz baja, “Jamás podría crear algo digno de verse.”

“¡Oye! Si no lo has intentado; ¿cómo puedes decir eso?” Carlos le dedicó una sonrisa, “¿No has pensado que además de atender tu florería podrías ser una artista de Ikebana? Podrías comenzar con arreglos sencillos.”

“Bueno...podría intentarlo...” Dijo Makoto pensativa, “¡Muy bien, lo haré con una condición!”

“¿Condición?” Carlos estaba intrigado.

“¡Que tú practiques conmigo!” Dijo Makoto llena de ánimos, “Sé de un taller gratuito cerca de tu casa en donde podemos aprender juntos; ¿qué dices?”

“Está bien.” Contestó él luego de considerarlo, “No tengo mucho que hacer en las tardes, y podría ser divertido.”

“Bien, entonces es un trato.” Dijo Makoto extendiéndole la mano, “No vayas a echarte para atrás, Carlos.”

“Te aseguro que no lo haré.” Respondió él, “¿Oye Makoto?”

“¿Sí?”

“¿Qué tal si vamos por algo de comer?” Sugirió Carlos “Tanto caminar por la exhibición me ha dado hambre.”

“Está bien.” Dijo Makoto, “yo también tengo algo de hambre.”

La ventaja de estar en un lugar como Korauken, era que encontrar un restaurante no presentaba ningún problema. Después de comparar los precios de unos cuantos, Makoto y Carlos terminaron entrando en un café que estaba ligeramente oculto en una esquina, lo que le daba un ambiente más personal que le agradó bastante a la pareja. Como atracción, en el café había un dúo que cantaba poesía al ritmo de una guitarra y un pequeño tambor de hojalata. Cuando se sentaron y pidieron su orden, que no fue nada más que un par de tazas de café y pan francés, Makoto advirtió que Carlos estaba nervioso y miraba con insistencia la salida. La joven Kino miró en esa dirección, pero no vio nada raro, “¿Qué pasa?”

Carlos volteó hacia su acompañante, “Creí ver a alguien que conocí el otro día, pero me equivoqué.” Después de eso, el joven se quedó completamente callado.

Las cosas no estaban en su mejor momento. Makoto se preguntó que sucedía, no creía haber hecho enojar a Carlos, ni siquiera molestarlo, y no creía que él no quisiera estar con ella; a fin de cuentas, él la invitó a salir. Makoto aclaró su garganta y dijo lo primero que le vino a la mente, “¿Qué es eso que llevas allí?” 

“¿Esto?” Carlos levantó un cuarzo gris que llevaba colgado al cuello, “Es una piedra que encontré de niño, me gusta traerla conmigo, aunque no puedo explicar por qué.” Luego de responder, Carlos volvió a quedarse callado, y ni siquiera habló cuando la camarera les dejó su orden. Pero cuando ambos habían comido y sólo quedaba una taza de café, Makoto recibió una sorpresa. Carlos llamó a uno de los músicos y le pidió prestada su guitarra por unos minutos. Luego de personalizar las cuerdas, Carlos se acercó a Makoto, “¿Puedo tocar un poco de música para ti?” Preguntó.

“Me encantaría Carlos.” Respondió Makoto, sus mejillas ligeramente sonrosadas, “¿Pero no crees que hay mucha gente aquí dentro? ¿No preferirías hacerlo en tu casa?”

“¿Por favor?” Pidió él, “ Quisiera que escucharas esto; tu me inspiraste para hacerla, aunque te advierto que mi canción no rima para nada.”

El tono sonrosado se extendió a todo el rostro de Makoto, “Yo...está bien, puedes hacerlo.”

Carlos dejó escapar un suspiro, cerró los ojos y comenzó a tocar, la música llevó un ritmo suave y cálido a cada rincón del restaurante. Y a Makoto le removió el corazón. Entonces vinieron las palabras, Carlos logró que su voz se llenara de emoción mientras cantaba lo siguiente.

“El aroma de tu perfume

combinándose con la esencia del café,

como la diosa que mezclara en sus manos

el bello olor de los claveles y la brisa de las

olas que se funden con la playa;

El color carmesí de tus labios,

que se une por un instante al

borde de tu taza, me hace notar

el vapor que de ella surge y

acaricia tu rostro,

como un manto de seda que juega con el viento

Al mirarte, supe que mi vida ya no era mía,

cuando los dos nos conocimos, tomamos

nuestras manos, entendimos que conocíamos ya,

el pasado de nuestro futuro.”

La música y la poesía terminaron, y el dúo de poetas aplaudieron, al igual que el resto de los clientes. Pero Makoto no les prestó atención, la vergüenza, pena o timidez que pensó sentiría no aparecían por ningún lado, tan sólo se sentía la persona más especial en el mundo. Sonriendo, la joven tomó una mano de Carlos entre las suyas y la estrechó, “Eso fue hermoso Carlos.” Dijo con un murmullo.

“No lo es tanto como la mujer que me inspiró.” Respondió él, “Makoto, quiero decirte que yo...”

Makoto posó su dedo índice sobre los labios de Carlos, “Si lo que vas a decirme es lo que creo que es, por favor dímelo en un lugar donde estemos a solas.”

“Entonces puede esperar.” Carlos dejó la guitarra a un lado y puso suficiente dinero en la mesa como para cubrir la cuenta. Luego, sin soltar la mano de Makoto, la guió fuera del restaurante. Algunas de las parejas que aún estaban en sus mesas sonrieron ante la escena, y más de alguna revivió su relación a partir de ese momento.

Makoto se adelantó unos pasos hasta que estuvo cerca de la puerta de su casa. Ella y Carlos habían terminado allí luego de salir de Korauken y caminar juntos durante un buen rato en el cual hablaron sobre sus sueños y deseos. Makoto le había repetido a Carlos su sueño de tener un florería y le describió con detalle cómo la imaginaba; Carlos por su parte le explicó que le gustaría seguir con la escuela de su familia y si podía intentarlo, participar en torneos a nivel internacional.

“Bueno, supongo que ya es hora de despedirnos.” Dijo Makoto, aún esperando que Carlos completara lo que intentó decir en el restaurante. A pesar del pequeño detalle de que Carlos no parecía dispuesto a decirle nada más, la joven Kino tenía que admitir que esta cita había sido una de sus mejores experiencias hasta ese momento; incluso había conseguido olvidarse de todo el problema que el nuevo y desconocido enemigo representaba.

“¿Qué pensabas decirme?” Preguntó Makoto, su corazón latiendo de prisa, sus dedos entrelazados para contener los nervios. Makoto se había admitido a sí mima varios días atrás lo mucho que Carlos le atraía; y sabía que dentro de su corazón había sentimientos que podría dejar salir si él decía las palabras que ella esperaba escuchar. De pie, esperando que él hiciera algo, Makoto recordó la primera vez que se encontró con Carlos, y después, recordó las visitas que había hecho a su casa para hablar con la señora Gokai; a Makoto le agradaba la mamá de Carlos, pero más que nada, lo que siempre esperaba durante esas visitas era verlo a él y hablar con él. Ahora al fin a solas con Carlos, Makoto sólo quería poder dejar libre su corazón. La joven mujer sonrió al pensar que todo había comenzado mientras pensaba en comprar un pastel.

Carlos caminó hasta Makoto y cuando estuvo frente a ella, se permitió admirarla toda de una vez. No había planeado que esto sucediera tan rápido, pero tenía que admitir que Makoto era simplemente lo mejor que había tenido en su vida en mucho tiempo. No quería echar las cosas a perder, tenía que decírselo ahora. No tenía forma de saber si más tarde volvería a tener una oportunidad como ésta. Carlos tenía miedo, esta era la primera vez que sentía algo tan fuerte por alguien. Pasando saliva, se armó de valor y sacó las manos de las bolsas de su chamarra y llevó una de ellas hasta el rostro de la joven Kino tocándolo con suavidad, dejando que su mejilla se acunara entre sus dedos. Pronto, su otra mano imitó a la primera y Carlos enmarcó el rostro de Makoto con sus manos. Mirándola con admiración, mientras la luz del sol del ocaso la iluminaba, Carlos supo que era imposible no confesarle sus sentimientos, “Te quiero Makoto.”  Dijo él con un suspiro.

Makoto tembló imperceptiblemente cuando sus manos acariciaron su rostro y se quedaron allí, el contacto de sus manos con su piel, manos ásperas y firmes que al mismo tiempo la sostenían con suavidad. Fue entoces, cuando ella disfrutaba el toque de sus manos, que se lo dijo; Makoto estuvo a punto de llorar, pero la alegría no lo permitió. “No tengas miedo.” Dijo al notar lo asustado que estaba, “Yo también te quiero, Carlos.” Makoto cerró los ojos y entonces sintió que Carlos se acercaba un poco, al abrirlos de nuevo, posó su mirada en los labios de Carlos. “Va a besarme.” Pensó mientras se concentraba en sus ojos verdes y en su rostro. Él se inclinó un poco y ella lo siguió. Cuando sus labios se encontraron, Makoto sintió que el tiempo se detenía de repente mientras una corriente eléctrica se establecía entre ambos. Lentamente, los brazos de Makoto rodearon el cuello de Carlos, y los brazos de él rodearon su espalda, envolviéndola en un cálido abrazo. Cuando el beso terminó, Carlos la mantuvo en sus brazos por un momento más, “¿...Te...ha gustado?”

“Bastante.” Respondio Makoto.

Durante varios minutos, la pareja se contentó con estar uno en los brazos del otro, hasta que Carlos se separó de ella, “Creo...que será mejor que me vaya Makoto, necesito pensar en todo esto. Gracias por un día inolvidable.” Dijo él.

“Sí, entiendo lo que dices. Yo también necesito pensar.” Respondió Makoto, “Pero si alguien se merece las gracias eres tú, Carlos, en realidad disfruté mucho el día de hoy.”

Carlos sonrió, “¿Hay oportunidad de que aceptes cenar en mi casa en un par de días?”

“...Bueno, considerando que tus padres no me odian...” Comenzó Makoto con una sonrisa, “Acepto.”

Makoto no trató de abrir la puerta de su casa hasta que Carlos se perdió de vista, simplemente no le parecía apropiado. Cuando se disponía a hacerlo, la joven descubrió un pedazo de papel en el suelo y pensando que era basura se inclinó a recogerlo para botarlo después. Una vez dentro de su departamento, Makoto estuvo a punto de tirar el papel a la basura, pero antes de hacerlo sintió curiosidad y lo desdobló para saber qué era.  Lo que Makoto leyó la llenó de temor. El papel llevaba escrito un mensaje dirigido a Carlos. El mensaje decía, con letras rojas y grandes: ‘LA PELEA SERÁ EN EL BAR TECHNO-SPIDER A LAS 9:00. SI NO ASISTES O SI ALGUIEN MÁS SE ENTERA TUS PADRES LO PAGARAN.’ La nota estaba firmada por las corbatas blancas, una banda de Yakuzas de la que Makoto había escuchado hablar, y la fecha indicaba que la pelea sería en cuatro días. No es necesario decir que esa noche Makoto no durmió bien. Por la nota sabía que no podía hacer nada y que si lo intentaba, los padres de Carlos estarían en problemas. Cuando Makoto finalmente sucumbió a un sueño incómodo y sin descanso, una pregunta se quedó fija en su mente: ¿Acaso había encontrado algo especial tan sólo para verlo destrozado?

***

Una visita a Nikko.

***

Rei Hino miraba el techo de su habitación. No conseguía dejar de pensar en él; por un lado había sido lo bastante idiota como para pelear con ese monstruo y por el otro, si a ella le hubiera pasado lo que a él, Rei sabía que habría actuado igual. Tuvo que admitir que le preocupaba cómo estaba, pero no podía llamarle ni nada por el estilo. Al posar su mano en la mesita junto a su cama, Rei se topó con algo que levantó para poder mirar: un silbato. Mientras observaba el juguete, Rei recordó los eventos del día al tiempo que se preguntaba si lo que hizo cuando él estaba por irse fue lo correcto.

Rei salió de la cocina y entró a su habitación. Intentó animarse para enfrentar a su prometido, pero no logró nada. Rei no podía entender la obstinación de su padre por buscarle marido. Ante esta pregunta, Rei miró el viejo sobre que había puesto en la cama, el sobre contenía las últimas palabras que su madre le había dedicado. Rei no había leído aún la carta. Le asustaba hacerlo porque tenía la impresión de que todo el asunto de su compromiso estaría explicado allí. Rei odiaba los matrimonios arreglados por una buena razón: el matrimonio de sus padres fue arreglado y terminó en desastre. El único consuelo que le quedaba era que su abuelo, a pesar de que aprobaba la decisión de su padre, no había intentado decirle nada. Rei tomó la carta y luego de un momento de duda, la guardó bajo el colchón de su cama. Cuando la joven Hino se preparaba para salir del templo, pensando que lo único que debía hacer era decirle a su prometido que no estaba interesada para terminar con la relación antes de que comenzara. Sólo esperaba que el tipo no fuera un cretino. Rei intentaba mantenerse optimista; desafortunadamente su optimismo se fue por el caño cuando miró a la calle: Kaido la estaba esperando. Fantástico, tendría como chaperón al hombre que menos le interesaba ver.

Kaido no intentó hacer plática cuando Rei subió al auto y se sentó en el asiento trasero sin decirle ni una palabra mas que un forzado saludo. Sólo se limitó a conducir. Sabía que ella no lo soportaba, “¿Cómo está tu mujer Kaido?” Preguntó Rei después de un largo silencio. “Escuché que está embarazada.”

El aludido no contestó de inmediato, “Ella está bien, el bebé nacerá pronto.”

“Mh-hm.” Rei no había dejado de mirar por la ventana, “Espero que no hagas a tu hijo infeliz.”

“Rei, no estás siendo justa conmigo.” Se quejó Kaido, “Siempre has sido muy egoísta, sólo piensas en ti.”

“¿Qué estás diciendo?” Preguntó Rei aún sin mirarlo, “¡Tú no me conoces!”

“Sé que eres muy infantil.” Dijo él, “No puedes admitir que la vida es más que tus caprichos.”

“¿Eso piensas?” Rei dejó escapar un suspiro, “Kaido, eres un...” La joven no terminó la oración.

“Supongo que me merezco lo que pensabas decirme.” Dijo él al tiempo que detenía la limosina en una esquina, “Pero Rei, antes de que vayas con ese tipo que tu padre escogió para ti, debes saber que yo... yo no te he olvidado.” Kaido recargó su frente en el volante y dejó escapar lo que había mantenido dentro por varios años,  “No ha pasado un día sin que piense en ti.”

Rei miró a Kaido, agachado y vencido, no era tan satisfactorio como pensó que sería. La confesión que le hacía le revolvía el estómago y sólo fortaleció su idea de que los hombres no eran confiables. La joven suspiró de nuevo y miró otra vez por la ventana, “¿Piensas en mí todos los días?”

“Sí, siempre.” Dijo él un poco más animado.

¿Acaso Rei detectó esperanza en la voz de Kaido? Esto era demasiado, ¡él estaba casado y pronto sería padre! ¿Cómo podía él intentar algo con ella? ¿Cómo se atrevía a intentar serle infiel a su esposa? La joven Hino frunció el ceño y encontró que Kaido le molestaba mucho, “¿Piensas en mí cuando estás con tu esposa? ¿Cuándo compartes tu cama con ella? ¿Cuándo la besas?”

“¡Eso no tiene importancia!” Respondió él, “Mi esposa....ella es sólo eso y...nada más.”

“¡Tú me lastimaste Kaido!” Contestó Rei sin dejarlo continuar, “¿Sabes lo que me hiciste? No pude confiar en ningún hombre después de ti. Probablemente nunca lo haga, ¿tienes idea de lo que me has robado?”

“Yo jamás pensé qué te sintieras así....pero si me das otra oportunidad yo...”

“Sólo maneja y déjame en paz.” Le interrumpió Rei, presionando el botón que subía la pantalla que dividía el asiento del pasajero del de chofer para ya no ver a Kaido. Cuando la pantalla se cerró, Rei descubrió que no sentía nada por Kaido. También descubrió que esto en lo que Kaido se había convertido, tan diferente a la persona que creyó conocer, no merecía nada de ella. Cuando llegaron a Nikko, Rei ya no tenía ganas hacer nada y sólo podía esperar que el prometido fuera razonable. 

Rei, al mirar cómo la limosina de su padre se alejaba, comenzó a sentirse mejor y se permitió admirar la ciudad. A pesar de la cercanía de Nikko con Tokio, Rei sólo había visitado esta ciudad una vez cuando tenía nueve años. Su abuelo la había traído a rezar al templo del ‘Dragón que gime’. Rei se permitió una pequeña sonrisa al recordar el extraño gemido que surgía cuando su abuelo sonaba las tablas que estaban debajo de la pintura. Mientras se dirigía a las puertas del templo Taiyuin, Rei notó que el canto de las aves seguía igual y eso le gustó. Quizás, después de romper el compromiso, visitaría el lago Chyuzenji o las aguas termales para relajarse. Una vez a la sombra de las gigantescas puertas del templo, Rei ignoró a los vendedores de silbatos y miró por todos lados buscando al prometido. En todo caso, si él la dejaba plantada tendría una mejor excusa para acabar con el compromiso. Momento, allá estaba un joven quizás unos cinco años mayor que ella, siete como máximo; jugando con un perro como si fuera un niño. El joven tenía cabello oscuro con destellos rojizos y, curiosamente, vestía ropas del mismo color. Una coincidencia poco favorable. El samoyedo sí la impresionó: era más grande que cualquier perro de esa raza que Rei hubiera visto y el pelaje color canela del animal brillaba al sol. Entonces, el perro la miró y se lanzó corriendo en su dirección. Rei no supo que hacer y sólo acertó a quedarse quieta. El perro no la atacó; simplemente se contentó con lamer sus manos y sentarse frente a ella, como si esperara un premio, “Hola.” Dijo Rei, quitándose la gorra y acariciando la cabeza del animal un par de veces, “Me has asustado, pero parece que eres muy amigable.” El perro ladeó su cabeza y jadeó un par de veces, al parecer esperando a su amo.

Samo hizo algo de lo más raro. Había dejado de jugar, olfateó un par de veces y se lanzó sobre una persona. Fue entonces que la vio. Era muy bonita y elegante. Llevaba un abrigo rojo, por debajo llevaba un vestido azul con el cuello bordado, medias negras, zapatos muy brillantes del mismo color y tenía en su mano una gorra muy verde. Su largo cabello oscuro, que destellaba como un rubí de cuando en cuando, estaba ligeramente recogido con un lazo azul. El muchacho decidió ir por su perro. Un silbido habría bastado, pero entonces no tendría la oportunidad de verla de cerca. Al joven no le interesaba románticamente, de hecho no tenía interés en algo así con ninguna mujer por lo menos en dos o tres años más. Pero no podía negar que la chica era muy atractiva y que debía al menos saludarla y preguntar su nombre. “Hola.” Saludó cuando estuvo junto a Rei, “Espero que mi amigo Samo no te esté causando problemas.”

“Por supuesto que no, es un perro muy bonito.” Respondió Rei, incorporándose y encontrándose con los ojos castaños del muchacho mirándola con atención, “Soy Rei Hino. Tú debes ser Keigo Hikazan.”

Keigo levantó las cejas y trató de decir algo, pero no pudo, su mente no podía alejarse de la ironía de la situación: La linda joven con ropas del mismo color a las suyas y que incluso tiene un color de cabello y piel similar al suyo resulta ser la prometida que esperaba. Keigo sufrió un ataque de risa que avergonzó a Rei.

“¿Qué es tan gracioso?” Quiso saber Rei, esperando que Keigo se callara. Samo los ignoró y prefirió mirar un grupo de monos de los muchos que habitaban el pueblo y que en ocasiones bajaban al templo.

“Lo siento.” Dijo Keigo calmándose, “Nunca pensé que la mujer que esperaba sería como tú.”

Rei, aliviada de que Keigo fuera capaz de controlarse, preguntó, “¿Qué era lo que imaginabas entonces?”

“Alguien más joven, una niña de doce años que vendría con su nana.” Explicó.

Rei se cruzó de brazos, el comentario la hizo sentirse incómoda, “Bueno, yo tampoco esperaba alguien como tú. Pensé que serías un mini-ejecutivo presumido. Supongo que no estás tan mal.”

“Gracias, creo.” Dijo Keigo hincándose para acariciar a su perro y calmarle los ánimos de perseguir monos.

“No quiero que pienses mal, pero debemos hablar muy en serio acerca de este asunto.” Dijo Rei.

“Claro.” Respondió Keigo, “Pero no aquí, ¿qué tal si nos sentamos en algún lado?”

“Me parece bien. ¿en dónde?”

“Samo no puede entrar al templo, pero puedo conseguir que lo dejen entrar al parque.” Dijo Keigo, “Allí podremos sentarnos y hablar con calma.”

Rei comenzó a caminar en dirección del parque, “¿Nos vamos?” Preguntó.

“Seguro.” Mientras se alejaban, Rei no notó que un monje del templo había estado mirándola atentamente durante toda la conversación.

En una bodega detrás del templo, Kernath espera sentado en la oscuridad. Ansiedad y aburrimiento carcomiéndole las entrañas. Veinte minutos atrás, sus agudos sentidos de cazador se pusieron en alerta inmediata cuando sintió por fin que una de ellas se acercaba. La energía que sentía la conocía muy bien; le pertenecía a la niña que lo había quemado y humillado en Hakone. Kernath había enviado uno de sus sacerdotes infectados a espiarla. La espera por la información lo mataba, pero al fin, su espía había regresado.

“¿Y bien?” Preguntó Kernath, “El sospechoso es una chica de cabello largo y oscuro?”

“Sí maestro Kernath.” Respondió el parásito, “Su acompañante y ella irán al parque nacional.”

Kernath emergió de las sombras, el parásito postrado ante él se arrastró fuera de su camino. “¿Hay modo de llegar antes que ellos?” Preguntó, sus pensamientos centrados en la venganza que se aproximaba.

El silencio que guardaban Rei y Keigo mientras caminaban seguidos del fiel Samo, no tardó en parecerle incómodo al joven Hikazan, pero no encontraba que decir. Rei no se sentía incómoda, pero estudiaba a Keigo cuando él no la miraba. Rei llegó a la conclusión de que si lo conocieran, Minako o Makoto ya estarían planeando cómo conseguir una cita con él. La joven se preguntó que edad tendría su prometido. “¿Cuántos años tienes, Keigo?” Preguntó para satisfacer su curiosidad.

“Veintiuno. ¿Y tú?”

“Diecisiete.”

“¿En serio?” Keigo parecía asombrado, “Pensé que eras mayor.”

“¿Te molesta que no lo sea?”

“No. Para nada.” Otro incomodo silencio se dejó caer, “¿Sabes que dicen de los cuervos de aquí?” Preguntó él, tratando de iniciar una nueva conversación.

Rei no entendía porqué él insistía en hablar con ella y respondió sin ganas, “Si mal no recuerdo, dicen que roban monedas a los comerciantes y luego las usan en las máquinas de palomitas. Pero es sólo una historia.”

“Yo si la creo.” Dijo Keigo, “Los cuervos son pájaros muy listos, aunque mucha gente no los quiere.”

“En eso tienes razón.” Dijo Rei, recordando con una sonrisa a sus amigos los cuervos Phobos y Deimos.

Keigo se alegró de que Rei sonriera, “Oye.” Llamó al tiempo que se sentaba en una banca y buscaba algo en los bolsillos de su chaqueta roja.

“¿Qué sucede?” Rei se sentó junto a Keigo, pero no muy cerca, y permitió que Samo se acurrucara a sus pies.

“¿Conoces estos?” Keigo sacó un par de silbatos que pendían de un cordel y los alzó.

“Sí los conozco, los venden a la entrada del templo.” Contestó ella, “Imitan el canto de las aves, ¿no?”

“Sí. ¿Los has usado?” Preguntó Keigo, alcanzándole uno de los silbatos a Rei.

“No gracias.” Dijo Rei, rechazando el juguete, “Mira, no quiero ser grosera pero tenemos que hablar muy en serio sobre lo que nuestros padres arreglaron.”

“En eso estoy de acuerdo contigo, Rei.” Respondió él, “Pensé que no querrías partir en malos términos.” Y luego de la explicación, le acercó a Rei el silbato y no movió su mano hasta que ella lo aceptó.

Rei suspiró, miró el silbato y lo guardó en una bolsa de su chaqueta, “La verdad no me importa en qué términos nos separemos, Keigo. Sólo quiero romper el compromiso antes de que salgamos lastimados.”

“¿Lastimados?” Keigo no pudo terminar lo que estaba por decir; pues Samo comenzó a gruñir y a ladrar al bosque que los rodeaba. Para cuando Rei entendió lo sucedía, ya era tarde. Una masa gris salió de entre los árboles a gran velocidad, arrastrándola a ella y a Keigo al bosque. Mientras los dedos de la bestia se cerraban en su cuello, Rei reconoció a Kernath y lo único que deseó fue que Keigo no resultara herido por su culpa. Pronto, Kernath llegó a un claro del bosque y arrojó a sus presas al suelo. Rei notó que estaban en la orilla de un barranco de unos veinte metros de profundidad.

“He estado esperando esto por mucho tiempo.” Dijo Kernath con su horrible voz, “Voy a disfrutarlo mucho.”

“No te será tan fácil como crees.” Contestó Rei mientras se levantaba.

El mundo se había vuelto loco, o al menos eso pensó hasta que se sintió arrojado por los aires y cayó en medio de un arbusto. Keigo miró al frente y se encontró con un horrible ser gris. El joven sabía que no soñaba y se congeló, presa del pánico. Kernath disfrutaba mirar la cara de la joven, era una mezcla de miedo y valor que el monstruo saboreaba como un dulce. El monstruo sabía que el muchacho estaba paralizado por el miedo y no estorbaría. Kernath imaginaba que esta niña, como las otras Sailor Scout, debían recurrir a algún método de incremento de poder similar al de los guardianes. Pero no dejaría que esta pequeña bruja se transformara. Kernath se lanzó sobre Rei y rió cuando ella bloqueó su golpe con ambos brazos. No la lastimó mucho, pero era divertido.

Kernath no lo sintió venir, tan concentrado estaba en acabar con Rei, que jamás pensó que alguien pudiera interrumpirlo. Así que cuando ese maldito perro le hincó los dientes en el brazo, justo antes de que pudiera aplastar las costillas de su víctima; su primera reacción fue la de azotar al perro en el suelo, pero el can se soltó y brincó fuera de su alcance. Kernath comenzó a perseguir a Samo. Rei respiraba agitadamente, pero podía ver una pequeña esperanza. Keigo, escondido en el matorral, miraba con atención como su perro se arriesgaba para salvar a Rei Hino. El perro esquivaba al monstruo y le lanzaba mordidas cada que podía. Keigo no entendía por qué su mascota mostraba más lealtad a Rei que hacia él, ¿Por qué defendía a Rei? No lo entendía, pero Keigo decidió hacer algo y se levantó. Si su perro podía enfrentar a esa cosa, él también podía.

Rei agradecía inmensamente la ayuda de Samo. La distracción que había causado era lo que ella necesitaba para intentar la transformación. Kernath sabía lo que la niña quería hacer y no pensaba darle oportunidad. Al menos eso pensaba; ¡hasta que el maldito muchacho le estrelló una rama en la cara con tal fuerza que logró derribarlo! “Esto lo pagarás mocoso.” Advirtió Kernath al levantarse.

“Lo siento, feo.” Respondió Keigo, “Pero ya no me asustas.”

“Eso no me importa.” Kernath no dijo más y avanzó hacia él. Ahora todos estaban cerca del barranco.

“Mars crystal power, make up!”

Kernath suspendió el destello que pensaba usar y estudió la situación, la niña se había transformado y sería más difícil matarla. Keigo estaba seguro que se había vuelto loco, Rei Hino se había convertido en una de las Sailor Scout que aparecían a veces en el periódico. La impresión lo dejó a merced de Kernath que estaba cerca de él. Alzando sus largas uñas, el monstruo planeaba usar a Keigo de rehén; pero Samo se abalanzó contra el ser; mordiendo con furia. Kernath, sorprendido, lanzó un golpe al perro, hiriéndolo. Samo se quedó en la orilla del barranco, tendido de costado y manchando el suelo de rojo. El perro gemía con dificultad y con sólo mirarlo se podía saber que estaba muriendo.

Keigo cayó de rodillas, no podía creer lo que veía; Samo, su mejor amigo, había sido abierto en canal por ese monstruo, y ahora él sería el siguiente. Kernath miraba a Sailor Mars y se acercó de nuevo a Keigo, usándolo como escudo “¿Qué harás, niña?” Preguntó el ser, “¿Te arriesgarías a atacarme ahora?”

Sailor Mars estaba furiosa, no podía dejar que lo que Kernath acababa de hacerle a Keigo y a su perro se quedara así, pero mientras se escondiera detrás de Keigo no podría hacer nada.

“Cobarde.” Rió Kernath y pateó a Keigo con tal fuerza que el joven rodó a varios pasos de distancia y no intentó moverse, “¿No me atacas para no lastimar a este pedazo de basura? Esa es la razón por la que no me ganaste la primera vez.” El monstruo rodeó al muchacho y mostró sus afiladas garras, “¡Muy pronto te abriré igual que a ese perro!”

Mars no respondió y en una fracción de segundo, supo como aprovechar la arrogancia de Kernath; cuando Sailor Uranus había eliminado a los parásitos del centro comercial de Tokio, usó un movimiento que Sailor Mars estaba segura que le serviría en esta ocasión.

“¿No hablas?” Se burló Kernath, “¡Entonces muere!” La bestia corrió hacia Mars, preparando un golpe que la partiría en dos si lograba darle.

Sailor Mars saltó hacia Kernath, y a medio salto gritó, “Mars Flame sniper!” al hacerlo, una lluvia de llamas se disparó de las manos de Sailor Mars, el ataque se estrelló de lleno contra Kernath, envolviéndolo en una espiral de fuego que lo quemaba y del cual no podía escapar. Tratando de salvarse, el monstruo se arrojó por el barranco. Sailor Mars no se sorprendió cuando al mirar en busca de los restos del ser, no encontró nada. Keigo, ya recuperado de la patada, se levantó y logró llegar junto a su perro. El muchacho lloró al tomarlo en sus brazos. Ver eso desgarró el corazón de Mars. La Sailor Scout entendía el dolor de Keigo, trató de decir algo, pero no pudo. “Mi amigo...” lloró Keigo, “Te llevaré con un doctor Samo, pronto podrás correr como siempre lo haces y estarás bien...”

“Keigo...” Logró decir Mars, tocando al joven en el hombro, sin darse cuenta, Sailor Mars también había comenzado a llorar por la suerte del pobre perro, “No estamos a salvo aquí, deberíamos irnos ya.”

“Samo...no te me mueras...” Keigo no hacía caso, “Vamos, abre los ojos...¿Samo...?” El perro ya no respondió, le dio una última lamida a las manos de su amo y dejó de respirar. El cuerpo de Samo se convirtió entonces en una estatua de cristal, lo que confundió a Sailor Mars, pero no dijo nada. “¿Samo? ¿Qué es esto? ¿Por qué se ha vuelto de vidrio?” Keigo estrechó más a su mascota, pero el cristal se quebró en miles de pedazos. Una piedra roja brillante quedó entre las piernas de Keigo, quien la tomó y apretó en su mano, cerrando los ojos para dejar de llorar, “Vámonos Rei....o Sailor Scout, como sea que te llames ahora.” Dijo Keigo poniéndose de pie, mirando por última vez donde su perro había caído. “No quiero que la muerte de Samo sea en vano.”

“No lo fue.” Dijo Mars, siguiendo a Keigo mientras se alejaba del lugar.

“¿Puedes volver a ser Rei Hino, por favor?” Pidió Keigo, al parecer sin escuchar a Mars.

“Sí, pero no mires.” Contestó Mars, preparándose para cancelar la transformación.

“No me interesa verte en este momento.” Contestó Keigo sin mirar atrás, “Alcánzame cuando termines.”

Cuando Rei alcanzó a Keigo, él la guió sin hablar hasta su auto y la llevó de regreso a su casa. “Gracias por...vengar a Samo.” Dijo él, tomando a Rei por el brazo y evitando que bajara del automóvil. “Al menos no quedó impune lo que le hicieron.”

“Lamento la pérdida de Samo.” Dijo Rei, que apoyó su mano sobre la de Keigo, “¿Lo querías mucho verdad?”

“Sí.” Keigo suspiró y soltó a la joven Hino, “Rei, acerca de nuestro compromiso... No me agrada la idea de forzarte a hacer algo que no deseas...quiero dejarte libre, ¿qué dices?”

“No hablemos de eso ahora, Keigo.” Le interrumpió Rei, aunque no entendió por qué no aceptaba su oferta de terminar el compromiso; al final, lo atribuyó a que el muchacho le daba lástima, “Ya habrá un momento más adecuado para discutirlo, cuando ambos estemos más tranquilos.”

Rei apretó el silbato. Aunque al principio se había arrepentido de no romper con Keigo, ya no se sentía de esa manera; ahora sabía que él no era una mala persona y que aceptaría dejarla libre del compromiso en cualquier momento en que ella lo deseara; “Tal vez...” Pensó Rei al bostezar “Hay más hombres dignos de confianza de los que imaginaba.”

Cuando horas después el abuelo de Rei entró a mirar si su nieta estaba bien; la encontró dormida, un pequeño silbato reposaba en su mano derecha y la joven dormía con una expresión de tranquilidad extraña en ella. El anciano cubrió a su nieta con una sabana y salió de la habitación, feliz mientras pensaba que la cita de su nieta había sido un éxito y comenzaba a imaginarse como un orgulloso bisabuelo.

***

Ami hace una visita no planeada.

***

Ami miraba a su madre con atención. “Muy bien.” Comenzó la madre de Ami mientras levantaba el teléfono y marcaba un número, Ami no pudo evitar su asombro cuando su madre llamó al encargado de seguridad del edificio para pedir el video de vigilancia correspondiente a la fecha y hora en la que ella había visto a su madre y a Tanoshii juntos. La cinta no tardó mucho y en cuestión de minutos, ella y su madre la miraban en la televisión, “Es increíble que tenga que hacer esto para que confíes en mi.” Murmuró la madre de Ami, “Pero espero que luego de que veas lo que sucedió en verdad, te quites la idea de que Tanoshii y yo tenemos algún tipo de relación secreta.”

En la cinta, Ami por fin pudo escuchar la conversación entre su madre y Tanoshii. Ahora que la escuchaba comenzó a sentirse muy culpable. La conversación sólo se refería a ella:

“Pues Ami no está y no ha dejado ningún mensaje” Decía su madre.

“¿No estará con sus amigas?” Peguntaba Tanoshii.

“Pero si así fuera Ami habría dejado un mensaje o al menos me habría llamado al hospital para avisar que no llegaría temprano. ¿Quieres entrar a la casa? Necesito pensar en donde puede estar y me tomará tiempo.”

“Gracias. Creo que Ami puede estar esperando a que sus amigas de la escuela terminen de estudiar. Se acerca el regreso a clases y ella suele ayudarlas, ¿no es verdad?”

“Sí, yo también espero que eso sea, ¿Pero y si le pasó algo a mi hija? Me preocupa que le haya pasado algo malo.” Y entonces sucedió lo que Ami no había querido mirar y que la obligó a salir del edificio, lo que ella pensó que había sido un beso, no fue mas que Tanoshii abrazando a su madre mientras le aseguraba que encontrarían a Ami pronto. La cinta terminaba allí.

“Yo...no sé que decir.” Admitió Ami, “Te debo una disculpa mamá, y también al doctor Tanoshii.”

“No tienes que disculparte, agradezco que te preocupes por mí, pero en el futuro, no seas tan impulsiva.” Dijo la madre de Ami, sentándose junto a su hija, “¿Sabes qué me asustó más aquella noche?”

Ami suspiró, ya tenía una buena idea de qué estaba por decir su madre.

“Verte con ese muchacho desconocido.” Continuó su madre; Ami se permitió sonreír en forma irónica al ver que había acertado.

“Kuro es un compañero de trabajo.” Aclaró Ami, “No hay nada entre nosotros, mamá.”

“Bien, supongo que ahora entiendes cómo me siento cuando tú haces conclusiones acerca de Tanoshii y yo.”

Ami se mordió el labio inferior, tenía que admitir que su madre estaba en lo cierto, “Sí, lo entiendo mejor.”

“¿Entonces imagino que ahora me tendrás más confianza?” Preguntó la madre de Ami.

“Lo prometo mamá.” Dijo Ami.

“Me alegra hija. Y, perdóname por usar tu amistad con ese muchacho para explicar mi punto; no lo haré de nuevo.” Dijo la madre de Ami, verdaderamente apenada.

“Está bien mamá, ya entendí cómo te sentías y yo también tendré más cuidado.” Dijo Ami sonriéndole a su madre, “Pero al menos las dos aprendimos algo nuevo, ¿verdad?”

“¿Y eso es?” Quiso saber su madre.

“Aprendimos que si no nos tenemos confianza ya no seremos buenas amigas.” Contestó Ami y se abrazó a su madre; “No volvamos a discutir así mamá.”

“Claro que no hija.” Respondió la mamá de Ami, regresando el abrazo, “Jamás.”

Al día siguiente, Ami Mizuno, sentada en escritorio ubicado fuera de la oficina del señor Yamada, intentaba mantenerse ocupada y evitar pensar en su madre jugando naipes contra la computadora. Era un poco molesto el que la recepcionista le hubiera pedido que la supliera por la tarde; pero no pudo negarse, después de todo, sus tareas ya estaban terminadas y como Kuro había faltado al trabajo, tuvo que quedarse un poco más tarde para suplirlo. Ami se había acostumbrado a jugar una partida diaria de ajedrez en contra del joven Kizuko y ahora le hacía falta. Sacando a Kuro de su mente, Ami regresó a su juego de Naipes. Cuando perdió por tercera ocasión, decidió olvidarse de las cartas y entretenerse con otra cosa; y así, luego de comer un par de sándwich con café, no la mejor comida, pero le bastaría por el resto del día; terminó visitando las páginas de Internet de las galerías de arte que exhibían las pinturas hechas por su padre. Al visitar la página del salón de arte azul, se encontró con que las pinturas de su padre habían sido enviadas a otra galería. Intrigada, Ami pronto descubrió la razón: Las pinturas de otro artista conocido como ‘Sanreikyo’ serían exhibidas y subastadas en lugar de las de su padre.

“Sanreikyo, ¿y ése quién es?” Murmuró Ami algo molesta. Intrigada, la joven dio un clic al enlace para ver las pinturas de ese nuevo artista. Cuando la computadora terminó de cargar las imágenes, Ami tuvo que admitir que las pinturas eran buenas, tal vez demasiado. La joven entró al enlace con la foto del pintor y se sorprendió al reconocer a un amigo de su padre, aunque no pensó que pudiera pintar tan bien. En ese momento sonó el teléfono. “¿Kuro? ¿Cómo estás?” Saludó Ami, “¿Por qué no has venido hoy?

“Hola Ami.” La voz de Kuro sonaba  cansada. “No es nada, sólo me siento un poco enfermo.”

“Deberías ir al médico.” Dijo Ami, “¿Ya visitaste a algún doctor, Kuro?”

“No es necesario, te aseguro que estoy bien atendido.” Respondió el joven, su voz algo apenada.

“¿Estás seguro que estarás bien?” Quiso saber ella.

“En realidad no creo que sea grave; ¿podrías pasarme con el señor Yamada por favor?”

“Seguro, pero procura ver a un médico.” Contestó Ami antes de pasar a Kuro con el supervisor. Después, la joven se sentó en silencio, preguntándose sobre la enfermedad de Kuro y si eso significaba que no podría asistir al trabajo. Para su sorpresa, Ami se encontró pensando en cosas como que ya no tendría con quien conversar o jugar ajedrez durante las largas mañanas en la biblioteca. Eso la desconcertó un poco, no mucho tiempo atrás, ella y Kuro no simpatizaban para nada; pero ahora se llevaban lo bastante bien como para poder considerarse amigos. El sonido del intercomunicador sacó a Ami de sus pensamientos.

“Señorita Mizuno.” Esta vez era el señor Yamada. “Tengo aquí algo que necesito le lleve al señor Kizuko. Ya no es necesario que regrese aquí  luego de hacer esto.”

Ami se levantó, entró a la oficina de su supervisor y tomó una carpeta que contenía por lo menos treinta hojas escritas en inglés y una pequeña nota sujeta con un clip en la que Yamada había escrito la dirección de Kuro.

  “¿Por qué no las traduce usted, señor?” Quiso saber Ami, usando un tono ligeramente acusatorio en su voz.

“¿Me está acusando de algo Mizuno?” Preguntó el señor Yamada.

Ami retrocedió un paso pero no bajó la mirada; ya no podía echarse para atrás luego de haberle hablado de esa manera al supervisor, “No señor. Pero no me parece justo enviarle trabajo a Kuro mientras está indispuesto. Estoy segura de que esto puede esperar.”

“Fue el señor Kizuko quien se ofreció a traducir estos documentos para la biblioteca.” Dijo el señor Yamada, mirando a Ami con curiosidad, “Yo haría las traducciones pero tengo otras cosas que hacer y esto no puede esperar. Puede retirarse, Mizuno.” Indicó el señor Yamada. Cuando Ami estaba por salir de la oficina, el supervisor la llamó de nuevo, “Mizuno, dejaré pasar su comentario por esta ocasión; pero espero que Kuro Kizuko no sea su pretexto para caer en más indisciplinas como esta.” La joven Mizuno decidió que no valía la pena contestar y, sin responder, salió de la oficina.

No mucho después, mientras viajaba por tren, Ami se preguntaba si sería mejor traducir los papeles ella misma y así no molestar a Kuro; pero si era verdad que él se había ofrecido a hacerlo, entonces tendría que llevárselos de todas formas. Finalmente, Ami bajó del tren en la estación más cercana a la casa de Kuro, así podría ofrecerle ayuda para hacer las traducciones y se evitaría problemas.

El edificio de departamentos donde vivía Kuro era bastante peculiar, pues los departamentos eran más grandes de lo normal ya que sólo había uno por piso. Cada departamento contaba con tres recámaras, un baño, cocina y un pequeño balcón. Una vez en el cuarto piso, el último del edificio, Ami leyó en una pequeña placa gris el apellido Kizuko; por un instante Ami estuvo tentada a deslizar la carpeta por debajo de la puerta, pero ya había llegado hasta allí, así que lo mejor era terminar con el asunto. Ligeramente nerviosa, la joven Mizuno presionó el botón del timbre. Nada. Ami presionó el botón dos veces más, hasta que la puerta se abrió de improviso y una joven mujer apareció.

“Buenas tardes.” Dijo la mujer, a todas luces algo molesta.

Ami parpadeó un par de veces, estudiando a la mujer. Tenía cabello escarlata brillante, largo hasta media espalda, y era lo bastante bonita como para llamar la atención. La mujer no pasaba de los veinte y Ami tenía la corazonada de que estudiaba medicina o al menos para ser enfermera.

“¿Puedo ayudarte en algo?” Preguntó la mujer, “Si no es así, ¿podrías retirarte por favor?

“Me llamo Ami Mizuno. Traigo algo para Kuro.” Dijo Ami levantando la carpeta, “¿Puedo entregárselo?”

“Ah, el trabajo de la biblioteca, ¿no?” La mujer pareció tranquilizarse un poco, “Yo se lo entregaré.”

“¿Cómo está él?” Preguntó Ami, sin entregar la carpeta, a pesar de que la extraña extendía su mano para recibirla, “De veras me gustaría saber.”

“Kuro está enfermo.” Dijo la mujer, frunciendo el ceño, “Y no es conveniente que lo molesten.”

“¿No puedo al menos saludarlo?” Dijo Ami, “Claro, si es posible.”

“No. Esta dormido.” Dijo ella. Pero justo en cuanto había terminado de decir esas palabras, la voz de Kuro se escuchó desde dentro.

“Misao, ¿Qué sucede? ¿Vino alguien de la biblioteca?”

“Pues parece que está despierto.” Dijo Ami con una ligera sonrisa.

Misao torció los labios ante la expresión de triunfo de Ami, “Sí. Ya despertó.”

“¿Misao?” Kuro de nuevo.

“Es una niña.” Respondió la joven. “Se llama Mizuno Ami.”

“Déjala pasar.” Misao, muy a su pesar, se hizo a un lado y permitió que Ami entrara en el departamento, pero no le dirigió la palabra.

El interior del departamento estaba bastante bien iluminado, Ami sabía, después de ver el edificio por afuera, que eso se debía a los grandes ventanales de cada pared. Kuro estaba sentado en la sala, envuelto en una manta, Ami no podía culparlo por eso, el día había estado muy frío. “Hola Mizuno.” Saludó Kuro, “¿Así que el señor Yamada te envió a ti? Qué desconsiderado.”

Ami saludó y se sentó frente a Kuro luego de dejar su chaqueta en el respaldo de una silla. La verdad era que el joven se veía muy mal. Pálido como un cadáver, con los labios secos y los ojos irritados. Misao, que había seguido a Ami, dudó un instante sobre si debía sentarse con Kuro y Ami, pero al final decidió esperar en la cocina. Aunque no le parecía muy justo que una desconocida llegara y se sentara con Kuro así nada más.

“¿Te hiciste algo en los ojos?” Preguntó Ami mientras le alcanzaba a Kuro la carpeta.

“No, nada.” Dijo él mientras revisaba la carpeta y la dejaba a un lado, “Si te refieres a que mis ojos son negros, es porque hoy no estoy usando mis contactos.”

“¿Usas lentes de contacto?”

“Para ver bien en lugares con poca luz como la biblioteca.” Explicó Kuro.

Ami nunca hubiera imaginado esa respuesta, “¿Y cómo te sientes de lo demás?”

“Bueno, estoy enfermo.” Respondió Kuro, “No he podido dormir bien los últimos días y un dolor en las articulaciones no me deja descansar.”

“Pero por teléfono dijiste que...”

“Lo sé, en realidad no estoy muy bien.” La interrumpió Kuro, “¿No es verdad?”

Ami tuvo que admitir que él tenía razón. “¿Y por qué no has podido dormir?”

“Mis sueños no son muy agradables.” Dijo Kuro, “No llevas Aquarius, Ami. ¿Qué perfume que usaste hoy?”

La pregunta tomó a Ami por sorpresa, era verdad que su perfume se le había terminado y por eso se vio forzada a tomar un poco del de su madre, pero no esperaba que alguien lo notara. Lo más extraño de todo era que ella nunca le había dicho a Kuro el nombre del perfume que usaba normalmente, “Aurora Terra. Es un perfume que usa mi madre.” Respondió Ami.

“No va contigo.” Dijo Kuro expulsando el aire de su nariz, “El Aquarius te hace brillar, por decirlo así.”

“¿Cómo es que sabes que perfume es el que uso normalmente?” Peguntó Ami, intentando ignorar los comentarios de Kuro, que eran totalmente distintos a los de siempre y la hacían sentir incómoda.

“Es el mismo que usa Misao de vez en cuando. Pero a ella no le va nada bien. Ella debería usar esencia de rosas o jazmín” Dijo Kuro, “¿Te molesta que mencione que he notado tu perfume?”

“Bueno...” Ami no sabía qué pensar, “No me molesta, pero me parece muy extraño.”

“Yo no le veo nada de malo, en realidad me gusta ese perfume.”

“Sí... bueno... eso no es lo que trataba de decir.” Dijo Ami.

“¿Me harías un favor?” Preguntó Kuro, “¿Podrías alcanzarme la caja que está en aquél estante?.”

“Seguro.” Dijo Ami dándole a Kuro la caja, “¿Qué tienes aquí?”

“Una cámara.” Dijo Kuro, “Me la dieron en el orfanato.”

“¿Te gusta la fotografía?”

“¿En realidad quieres saber?”

“Sí, sí quiero.” Aseguró Ami.

“Me encanta.” Contestó Kuro, “Una foto me permite hacer mía una imagen que vale la pena recordar.”

“Sí estas hablando en serio, ¿verdad?” Dijo Ami.

“Totalmente.” Dijo él, “Ami, ¿me dejarías tomarte una fotografía?”

“¿Mi foto?” Preguntó Ami.

“¿Por favor? He querido tener tu foto desde que noté que eras diferente a los demás.” Contestó Kuro.

“...Diferente? No entiendo.” Ami estaba nerviosa, ¿qué había notado Kuro en ella?

“No puedo explicarlo, hay algo en ti que me hace pensar que no eres una persona ordinaria.” Dijo Kuro, “Por eso quiero tener tu foto, hacer mía tu imagen.”

“¿Qué estas diciendo?” Preguntó ella algo molesta, “Yo soy cómo cualquier otra persona.”

“Mizuno, a tu izquierda hay un álbum de fotos.” Respondió Kuro. “Tómalo y mira lo que contiene.”

“¿Qué?” Ami parpadeó sorprendida y algo incómoda, “¿Por qué?”

“Si lo haces, entenderás por qué quiero tu foto.” Dijo él como si fuera lo más normal del mundo, “Así ya no pensarás que soy un pervertido.”

“...Yo no dije que eras un pervertido” De hecho, Ami ni siquiera había pensado en esa posibilidad.

“Sólo mira las fotos.”

Ami tomó un profundo respiro y logró calmarse, no entendía por qué Kuro quería una foto suya. Claro que por un lado le halagaba un poco, pero también le preocupaba eso que había dicho acerca de que detectó algo extraño en ella y...¿para qué quería su fotografía? Sin saber qué vería, Ami abrió el álbum con cuidado, pero sólo se encontró con fotografías de hombres, mujeres, niños y ancianos, plantas de todo tipo, unos perros, un buen número de pájaros, fotos del mar, la montaña, el bosque, una nube, edificios, casas, un par de monjas y al final una página dedicada a Misao, fotografiada mientras caminaba, comía y subía al elevador entre otras cosas de lo más comunes, “¿Qué es esto?” Preguntó Ami confundida. 

“Momentos en el tiempo. Personas y cosas que me llamaron la atención lo suficiente cómo para que les tomara una fotografía que me permitiera tenerlas siempre.” Explicó él “Aunque admito que tú serías la persona más interesante que he fotografiado, y una de las más atractivas también.”

Ami levantó la mirada, “No juegues conmigo Kuro.” Dijo ella.

“Para nada, sí eres una persona muy interesante; al menos eso es lo que pienso.”

“Oh....” Ami bajó la mirada y trató de pensar en como cambiar de tema, la conversación la estaba poniendo muy nerviosa y había comenzando a sentir hormigueo en los brazos y en la cara. Además, no entendía porqué Kuro omitió la mención de que ella era atractiva cuando reafirmó su sentencia anterior, claro, no le afectaba ese detalle. Para nada.

“¿Tienes alergias?” Preguntó él, “Parece que te ha dado urticaria.”

“...Eso explica la comezón.” Murmuró Ami levantándose rápidamente, luchando desesperadamente con el deseo de rascarse el cuello y los brazos, “Creo que mejor ya me voy.”

Kuro estaba por decir algo, pero Misao, que apareció de repente, se le adelantó, “Si tu amiga tiene alguna alergia no debe quedarse. Además, se hace tarde y podría tener problemas en su casa.”

“Tienes razón.” Dijo Kuro, “Pero antes, ¿qué dices Ami, me dejarás tomar tu foto un día de estos?”

“No lo sé... tal vez lo haga, cuando ya no tenga urticaria. Pero...si me entero que me has tomado una foto sin permiso, Kuro, no te hablaré más.” Advirtió Ami, “Debo irme. Y Kuro, ya descansa, el señor Yamada no está feliz con que faltes.

“Ella tiene razón, deberías estar durmiendo en tu cama; no estás en condiciones de recibir visitas.” Agregó Misao para recordarle a Ami que ya debía irse, lo cual ella hizo luego de despedirse de Kuro.

Ami y Misao bajaban juntas las escaleras luego de que la segunda insistiera en acompañarla, “Quiero disculparme contigo.” Dijo Misao, “No te traté muy bien.”

“No tienes que disculparte. Entiendo que te moleste que una desconocida te interrumpa cuando estás a solas con tu novio.” Respondió Ami sin detenerse.

Misao miró a Ami un momento y después de reír un poco, le dio a Ami una palmada en la espalda, “¡Kuro es mi hermano! Los dos vivimos juntos porque estamos en la misma escuela. Yo estudio medicina, ¿sabes?”

“¿Eres su hermana? Pero él me comentó que lo habían adoptado, y tú no estás en la foto que tiene de sus padres.” Ami cerró la boca al darse cuenta que tal vez había dicho demasiado cuando Misao frunció el ceño y no habló hasta que llegaron a la puerta del edificio.

“Yo soy huérfana también.” Dijo Misao al momento en que Ami estaba por salir del edificio. Cuando la joven Mizuno se detuvo para escuchar, Misao continuó, “Es gracioso cómo fue todo. La verdad es que de no ser por Kuro, el abuelo no me habría adoptado. Cuando éramos niños en el orfanato él y yo éramos los mejores amigos.” Misao se detuvo para recordar eventos de muchos años atrás. “Aunque Kuro es dos años mayor que yo, los dos cumplimos años el mismo día. Cuando cumplí seis, me regaló la promesa de ser como un hermano para mí. Siéntate aquí, más vale terminar de contarte todo, ¿no te parece?”

Ami asintió y se sentó en las escaleras junto a Misao; se sentía interesada y sorprendida de que Misao le contara esta historia, y quería saber cómo fue que terminaron adoptados por la misma familia.

“Hace ya once años, cuando Kuro tenía nueve; él fue adoptado. Recuerdo que nada me consolaba y pensé que no lo vería más. Pero una mañana, un hombre entró al orfanato preguntándole a las monjas quién demonios era Misao.” La joven sonrió con el siguiente recuerdo, “Kuro había estado llorando y con tal de hacerlo callar, el abuelo decidió adoptarme a mí también. Podría decirse que gracias a Kuro tengo una familia; claro que al principio el abuelo me tenía desconfianza, pero con el tiempo logré ganármelo.”

Ami almacenó la información, ¿así que Kuro tenía veinte? Entonces él era tres años menor de lo que Ami había pensado. Aunque le intrigaba que no mencionara a Misao antes.

“Bueno, supongo que es una historia aburrida.” Finalizó la joven Kizuko, “Pero espero que ahora comprendas que sólo estaba cuidando de Kuro como cualquier hermana menor lo haría.”

“Yo no tengo hermanos.” Dijo Ami, “Pero....¿por qué me has dicho esto? No entiendo.”

“Bueno, si vas a ser amiga de mi hermano, lo mas probable es que nos veamos muy seguido, así que sí él te tuvo confianza suficiente cómo para contarte de su adopción, pensé que yo también podría hacerlo.” Explicó Misao con una sonrisa y una mirada que no eran frías como todas las anteriores que le había dedicado a Ami.

Ami no entendía a Misao, pero al menos parecía que ya no tendría problemas con ella si intentaba regresar a visitar a Kuro alguna vez, aunque la joven Mizuno no pensaba hacerlo. “Ya debo irme, adiós Misao.” Dijo y salió del edificio.

“¡Será mejor que compres un jabón de avena y tomes un baño tibio si quieres quitarte la comezón!” Le gritó Misao desde la puerta. Ami sólo asintió y siguió su camino. Mientras caminaba, Ami comenzó a considerar seriamente dejar que Kuro le tomara un fotografía, no parecía que hacerlo le causaría problemas; además, si satisfacía su curiosidad ahora, evitaría que él comenzara a indagar más sobre ella, lo cual deseaba evitar a toda costa.

Ami acabó siguiendo el consejo de Misao y compró un jabón de avena. Para su asombro, sí se le quitó la comezón. Horas más tarde, cuando su madre llegó a la casa y se sentó junto a Ami en la sala, la mujer miró a su hija de una manera que hizo a la joven sudar frío. “¿Pasa algo mamá?”

“Bueno, no es normal que se te irrite la piel, ¿recibiste una carta de amor o algo por el estilo?” Su madre sonrió con su pequeña broma.

“No, nada de eso.” Ami se sonrojó, “La irritación me comenzó al salir de la biblioteca.”

“Bueno, seguramente se te quitará en un par de días como siempre. Por cierto...¿Tu amigo de la biblioteca se apellida Kizuko?” Preguntó la mamá de Ami.

“Sí, así es.” Respondió Ami.

“¿Tiene una hermana menor?” Continuó su madre, “¿Su único pariente es su abuelo?”

“...Sí, ¿Qué sucede mamá?” Quiso saber Ami, “¿Cómo es que sabes eso?”

“Resulta que el abuelo de tu amigo es dueño del treinta por ciento de los laboratorios Kenkoutai.” Dijo la mamá de Ami, “Sabía que había escuchado el apellido Kizuko antes.”

“¿Y eso importa en algo?”

“¡Pero claro! Mira, hoy recibí éstos.” La madre de Ami sacó dos boletos y se los mostró a Ami, “Son para la cena de presentación del antibiótico del que te hablé; pensé que no querrías ir, pero como sé que conoces a alguien que estará allí, ¡me imagino que ya no tendrás problemas en acompañarme!”

Ami parpadeó un par de veces, “Pero...”

“Podrías pedirle a ese tal Kuro que te presente al hijo del dueño de los laboratorios Kenkoutai, ¿recuerdas que te lo mencione? ¿El joven que desarrolló el nuevo antibiótico?”

“Sí lo recuerdo mamá. ¿Pero no crees que vas muy rápido?”

“Para nada, la cena es en cinco días.” La mamá de Ami se levantó, “Tienes mucho tiempo para prepararte; ya es hora de que comiences a acompañarme a estos eventos.”

Ami trató de hablar, pero su madre entró a su recámara, cerró la puerta y la dejó con las palabras en la boca. Fantástico, ahora Ami tenía que preocuparse de un evento al que no tenía interés alguno en asistir. Cansada y aún con un poco de comezón, Ami se fue directo a su habitación; el pensar que el día siguiente no podría ser más raro que el presente logró calmarla y, en minutos, Ami Mizuno dormía tranquila en su cama.

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La historia continuará en el capítulo nueve.

Bueno, antes que nada una enorme disculpa para todos  los que leen Ecos de otras vidas. Sé que este capítulo se tardó bastante en salir, tan sólo espero que haya valido la pena. Haré todo lo posible para terminar los capítulos más rápido de ahora en adelante, les agradezco su paciencia y espero que la historia les siga gustando.